lunes, octubre 23, 2006

Viaje Redondo: La Ida

Los franceses tienen la costumbre de hacer y compartir relatos pormenorizados de sus periplos en los super populares “Carnets de Voyage” (que generalmente están llenos de detalles que conciernen únicamente al autor y producen un efecto soporífero al lector); pues bueno, siguiendo los rituales literarios de los veraneantes de sandalias, gafas oscuras, bermuda caqui y camiseta del “Che” –ella en chanclas, con conjunto de falda y camisa de motivos hindúes, batik o guatemaltecos (eso sí, hecho a mano, nada de marcas visibles), piercing en boca, nariz y todo apéndice visible- y comencemos por el viaje. Como volví a mi condición de viajero solitario-sin recursos el viaje tuve que hacerlo por la aerolínea nacional de los colombianos inmigrados a Europa: Iberia. Efectivamente, la costumbre reza que uno salga en uno de los primeros vuelos a Madrid. La cuestión se plantea de una: taxi o primer metro; respuesta inmediata, METRO… Hay que apoyar el bastión de las huelgas francesas.

Salimos con mi esposa con el despunte del alba y un clima lo más de agradable. Como era de esperarse y especialmente en el trayecto entre la casa y el autorail de Orly, la única francesa de origen controlado (AOC), era ella, a excepción, claro, de los policías de turno que creo que se alcanzaron a inquietar al ver algo tan blanco en medio de tanta negrura. Una vez llegados al caótico mostrador de Iberia en Orly, fila obligada con la infaltable funcionaria que no tiene idea, o que es nueva, o que se hace, o todas las anteriores… el caso es que los demás mostradores quedaron libres y estos sujetos ahí parados esperando turno.

Vuelo normal hasta Madrid, con la ya no novedad que venden todo consumo en el avión a precios de la Tour d’Argent. Cuando me bajé no sabía si había pisado el Terminal correcto ni que habían remodelado el aeropuerto después de mi último paso por allí... no tenía idea hacia dónde dirigirme. Lo único que le atiné a decir al “madero” que sellaba mi pasaporte casi en la puerta del avión fue “¿esto ya es zona internacional?”. Guardé rápidamente el documento y cerré mi bocota, porque el tipo me miró con cara de “debería requisar a este sudaca, pero como se va, no me importa”.

El vuelo no estaba aún anunciado. Estilo obliga: arquitectónicamente el aeropuerto es irreprochable, pero era necesario guardar algo del caótico sistema de información al viajero. Lo bueno es que sólo es necesario seguir a aquellos que por algún pequeño detalle que mi experiencia sociológica no ha podido discernir, se identifica rápidamente como colombianos. Intuyo que puede ser la bandera tricolor que se ponen a modo de chal debajo del consabido sombrero vueltiao; o tal vez la camiseta que con letras gigantes reza: VIVA COLOMBIA; o esa manía de andar en grupos familiares no menores de veinte personas gritando, peleando entre ellos y con toda forma humana que se les cruce, arrastrando mocosos que gritan a voz herida y preguntando cada rato “¿pa’ donde es que vamos, pues?”.

Después de algunas horas, compra de regalitos de última hora en el dutyfree, por fin indicaron la puerta de salida. Momento caótico: los minutos previos al embarque. Todo comienza en una inexplicable fila que los presentes comienzan a hacer sin que ningún empleado de la aerolínea esté presente. La cosa se agudiza cuando efectivamente, el dicho empleado se hace presente para decir: “embarcan primero las líneas de la 40 a la 90”. Ahí es Troya. Todo el mundo se abalanza y de la fila queda únicamente aquellos que por el carrito de equipajes no tuvieron tiempo de reaccionar. Después de instantes de pánico con pérdida de sentido de la orientación, casi a gatas y boliando codo a diestra y siniestra pude abrirme paso, presentar mi tiquete y pasar esa zona hostil de gente que me miraba con ánimos de matar por el sólo pecado de tener uno de los puestos llamados. En la pasarela se comprende rápidamente el por qué de este comportamiento: antes de ingresar es necesario colocar dos empleados con cara de malos amigos para arrancar de las manos de las inocentes madres cabeza de familia maletas del tamaño de una nevera que intentan hacer pasar como “una mochilita pequeña donde van las cosas del niño".

Evidentemente cuando uno logra instalarse, el compartimiento que corresponde a la silla se encuentra a punto de explotar con maletas, maletines, bolsitas de regalo, cajas, cartones… lo único que falta es la gallina y el lechón. Resultado, hay que buscar dos o tres filas más atrás un lugar libre para meter el equipaje de mano, con el consiguiente vaciadón de parte de los siempre “cariñosos, amables y sonrientes” asistentes de vuelo de Iberia. Comienza entonces mis ruegos para que el compañero (compañerA de preferencia) de asiento sea un(A) querubín(A). Ya sé que el sexo no garantiza la simpatía del vecino de silla -salvo si es sexo salvaje con una supermodelo, ahí la simpatía importa un pito-, pero sigo prefiriendo unA vecinA buenona y desagradable a un vecino buena gente.

Fue una victoria a medias, porque si bien me tocó una mujer, no muy entrada en años y, en lenguaje de vendedor de carros “con la carrocería no muy maltrecha”, la personaja perdió todos mis afectos al depositar su masa corporal al ritmo de “la flaca” de “Jarabe de Palo” CESEADO. Para aquellos que no entiendan la expresión, es un hijo bastardo del silbido y el sonido labiodental “SSSS”. El sacro ejemplar me mató cuando en una misma frase soltó cuatro perlas contra las que he combatido toda mi vida:
- ¿Me hace un favorcITO Y me regala un vasITO CON agua?
1) Esa bendita manía de andar diciéndolo todo en diminunitivito me hace chirriar los dientes. Después de oír a hablar a Uribe me pongo en el lugar de un extranjero y me digo “¿es que en ese país lo único grande es el ego del mandatario?”
2) Uno no hace un favor Y… uno hace el favor DE…
3) No pida que le regalen, con lo que se pagó en el tiquete que a uno le den un vasITO CON agua, es lo mínimo.
4) No sé de donde diablos sale el pretender que los contenidos y los materiales de los elementos deben ser diferenciados en una conversación corriente y no técnica. Nunca me he imaginado llegar a pedir un bulto CON cemento, una botella CON vino o una bolsa CON papas fritas. Así que me ajusté las gafas, abrí el primero de los libros que me acompañaban y di por canceladas las relaciones diplomáticas con mi vecina muy a lo colombiano, sin decir ni pío.

El vuelo como tal no tiene mucho de especial salvo la incomodidad que me hizo comprender cómo se siente una gallina cuando la meten en una batería de postura. Para lo que todavía no me alcanza el entendedero es para saber ¿por qué carajos aplauden cuando el avión aterriza?

4 comentarios:

CamiloT dijo...

Estimada marmota.
Veo que los años en el exterior no han matizado ciertas criticas sobre ciertas cosas que los colombianos debemos corregir.
Insoportable aquello de ITO, y ah vaina, qué fácil cae uno en ello.
Y de verdad, qué fácil es hacerse notar como colombiano!!!
PD, su entrañable esposa ya leyó sus confesiones de "fantasias de alto vuelo".
Sólo me queda decirle
Bienvenido a la blogosfera

CamiloT dijo...

Estimada marmota.
Veo que los años en el exterior no han matizado ciertas criticas sobre ciertas cosas que los colombianos debemos corregir.
Insoportable aquello de ITO, y ah vaina, qué fácil cae uno en ello.
Y de verdad, qué fácil es hacerse notar como colombiano!!!
PD, su entrañable esposa ya leyó sus confesiones de "fantasias de alto vuelo".
Sólo me queda decirle
Bienvenido a la blogosfera

Unknown dijo...

Marmota? Supongo ahora que te gusta asomar la cabeza para avisar que vienen cambios de clima... Igual me gusta tu forma de escribir, así que por aquí pasaré periódicamente.
Un abrazo ahora desde NYC

Anónimo dijo...

Actualiza esto marmota!