lunes, agosto 20, 2007

Evacuan cerca de 600 colombianos de las Islas Cayman

Este es el titular que se veía en las ediciones electrónicas del diario "El Tiempo" del domingo 19 y lunes 20 de agosto, con ocasión del paso del huracan Dean. En la edición del domingo daban cuanta de "un vuelo charter de carácter privado" y el lunes, refencia desaparecida, se informaba que Satena había fletado algunos aviones Embraer.

Que por fin el gobierno haga algo por los nacionales en tierra extranjera, es lo mínimo que se debe esperar.

Lo que yo me pregunto es: ¿qué carajos hacen 600 colombianos en ese paraíso fiscal?

miércoles, julio 11, 2007

A mí no me pasa.


Yo entiendo la dureza de la vida del (in)(e)migrante. Yo lo soy. También entiendo la nostalgia que la lejanía de la tierrita puede ocasionar y con ella el extrañamiento de sus más diversas costumbres: las interminables parrandas con los amigos, el cantar vallenatos o cualquier cosa a grito herido, los partidos de fútbol (en televisión y los “picaditos” en cualquier potrero) y nuestras especialidades culinarias.

Sin embargo, no comparto el querer buscar acá eso que dejamos allá. Me explico: Cada vez que alguien nota mi acento y después de hacer las aclaraciones del caso que conlleva el gentilicio, lo que incluye según el nivel educativo del interlocutor explicar que Pablo Escobar murió hace más de diez años, pero que no todo colombiano se dedica al comercio del productito blanco; que Andrés Escobar no tenía nada que ver con él y que sí, lo mataron indirectamente por el autogol en el mundial de USA, pero que fue un caso aislado –aunque de casos aislados estamos bien rodeados- ; que Ingrid Betancourt no tiene nada que ver con al dueña de la segunda fortuna más grande de Francia, que no, no era la salvación que estábamos esperando los colombianos y que su secuestro es la estadía más larga que ha hecho en Colombia; que el mechudo crespo que no se acuerdan cómo se llama o es Higuita o es Valderrama según se le recuerde como centrocampista o como arquero –aunque de Higuita se acuerdan justamente por andar en el medio campo y no cuidando la cabaña-; que en el conflicto colombiano hay muchas cosas más en juego que el narcotráfico –aunque esto ya hasta lo estoy dudando- y que estar en Bogotá no es vivir a diario el Platoon de Oliver Stone; después viene como réplica el consabido: “Conozco un sitio a donde van los colombianos…” Y hasta ahí me llega la conversación.

Es que entrar en las tiendas “colombianas” es romper el continuo espacio-temporal: traspasar el umbral de la puerta es saltar en fracción de segundos de una calle en París, Francia (por ejemplo) a una tienda en Santuario, Risaralda. Tal cual: la música a todo dar, generalmente vallenato o salsa, botellas de Águila o de aguardiente Néctar acumuladas sobre mesas de madera en donde hay un borracho abrazando a otro mientras dice: “es que a Usted yo sí lo quiero”, afiches del Cali o del Nacional en las paredes, un tablero con los resultados de las loterías departamentales escritos en tiza, buñuelos y empanadas grasientos en el mostrador y toda la gama de productos dispuestos como en la cigarrería del barrio (caldo Maggi, Frutiño, polvos Mexana, Areparina, desodorante Menem, Colombiana, Mustang rojo, etc.). La única diferencia son los precios y la moneda de uso.

No niego que tiene su atractivo comerse una mantecada con pony malta. Tampoco niego que todos los días leo la página electrónica de El Tiempo y de El Espectador. Pero de ahí a ceder a la tentación de buscar un grupo para regularmente compartir cuitas y rememorar a la lejana patria al calor de una “comida colombiana”, no.

No porque por más autenticidad que se le quiera ver, no deja de ser un espejismo. Me ha pasado, lo confieso, que por ver un plátano con el sello “Produce of Colombia” lo he comprado, pese a saber a quien va a ‘para’-r y ‘para’-que van a usar el euro que puede valer. También confieso que he hecho, en contadas ocasiones, un remedo de ajiaco cuya receta he tenido que pedir que me la mande mi mamá por e-mail. Acá abro un paréntesis para aclarar que esas raras ocasiones se deben a que mi esposa aprovecha cuando ya estoy ‘prendido’ para lanzar el desafío: “Él sabe hacer ajiaco y sabe donde conseguir las hierbitas esas”. Y yo, hinchando pecho: “Sí y todavía me quedan guascas… ¿pa’ cuando quieren que les haga uno?”.

No me veo recorriendo los almacenes chinos u africanos buscando tal o cual variedad de fríjol que se parezca al Cargamanto, para hacer una ‘frisolada’. Me imagino la cara del dependiente si le llegase a preguntar si tiene cubios, chuguas, ibias, papa, pero de la tocana y de la pastusa, eso sí bien parejita y con poco ojo que la necesito para hacer un cocido.

Tanto para que después de reemplazar tubérculos, especias y cortes de carnes con lo que se encuentre, se dé uno de frente con que los tiempos de cocción, la consistencia y el resultado estético no son lo mismo. Una mueca final es la aceptación que por supuesto, el sabor no tiene gran cosa que ver con los originales, pero más que nada, el suspiro recuerda que lo que está en la mesa hace falta.

Y eso duele.

martes, mayo 22, 2007

Teológicas

Hay días en que Dios quiere mostrarnos su poder y provoca un corto circuito en la estufa...

martes, mayo 08, 2007

Matemáticas (y ecología) para tontos

La noche de la elección de Nicolas Sarkozy a la presidencia de Francia el Ministerio del Interior francés reportó un total de 730 automóviles incendiados. A ese ritmo a la finalización de su quinquenio (1.825 días) tendremos un total de 1'332.250 carros fuera de la circulación.

Siendo Nicolás Sarkozy uno de los candidatos que firmó el llamado "Pacto ecológico", los resultados dirán que es uno de los mandatarios que más habrá colaborado contra la emisión de gases a efecto de invernadero...

lunes, abril 30, 2007

“¡¡¡Qui ne saute pas n’est pas lyonnais !!!”








Luego de algunos años de vida parisina la decisión fue tomada. Declinar la capital por la provincia es la mejor alternativa si no se cuenta con los exorbitantes recursos que se necesitan para vivir allí. De París hablaré después. Cuatro años y medio son cosa que no se puede resumir en pocas líneas y además, en Lyon no se habla de París… cosas de acá.

Y es que existe un antagonismo histórico con París. La ocupación romana a la actual Francia empezó por el sur y su primera provincia fue Narbona (lugar del histórico evento del 6 de mayo de 2006). Con la expansión hacia el norte, la sede del poderío romano se centró en Lugdunum, nombrada por su situación y topografía estratégica capital de las tres Galias. Para entonces Lutecia era simplemente un villorrio sin categoría habitado por una tribu celta, los Parisii. Fue tal su importancia en el mundo romano que uno de sus hijos llegó al punto más alto del imperio: Tiberius Claudius Drusus Germanicus, Claudio para los amigos (sí, el tartamudo que le dejó el negocio a su hijastro, Calígula –el hijuetantas, para los cristianos-). Después de la caída del Imperio Romano, Lyon se convirtió en punto neurálgico para el comercio y la expansión de la fe católica, pero los centros de poder se desplazaron. Lyon cayó varias veces en la repartidera de las dinastías francas, borgoñas y del Sacro Imperio, hasta que finalmente fue anexada al reino de Francia en el siglo XIV. Algunos años después los capetos instalaron definitivamente la monarquía de los Francos en París y dejaron a los leo… lio… lyo… a los habitantes de Lyon viendo un chispero. Los italianos -comerciantes florentinos y banqueros genoveses- se echaron la ciudad al hombro y la convirtieron en una próspera ciudad burguesa y muy… católica.

Desde entonces Lugdunum sigue viendo a Lutecia como el villorrio que le quitó su lugar en la Francia moderna, llevándose con ella a la gran nobleza. Lyon sigue siendo la segunda ciudad en importancia económica e industrial de Francia, pero a la vez arrastra una reputación de conservadora y aristócrata, una ciudad de “culs-serrés”.

Toda esta diatriba para llegar… al fútbol: Tal vez el más grande orgullo de Lyon no es ser sede del primer grupo financiero francés (el Crédit Agricole, propietario del banco Credit Lyonnais, el que patrocina la camiseta amarilla del Tour de France y que repartía leoncitos a los ganadores de las etapas), sino su equipo de fútbol, el Olympic Lyonnais.


El OL es una verdadera pasión para los leo… lio… lyo… para los habitantes de Lyon.
Coronado campeón por sexta vez consecutiva, desde antes de la mitad del campeonato ya era dado como obvio ganador. Al final del año pasado el OL ya le sacaba una ventaja de 18 puntos al segundo. Actualmente entre el OL tiene 74 puntos con una diferencia de gol de ¡¡¡+33!!! Con el segundo, Bordeaux hay 19 puntos de diferencia y estamos a cuatro fechas de la final.

La verdad es que el campeonato francés no es lo más competitivo de este mundo, y el OL es el único equipo que saca la cara. El equivalente es como si en el campeonato colombiano de los años noventa los equipos en competición fueran el América de Cali y 19 Cúcutas Deportivos.

A pesar del poco suspenso, el público sigue respondiendo. Frente a Le Mans, el sábado anterior, el estadio de Gerlain estaba hasta las banderas y su grito de batalla hizo vibrar literalmente las estructuras de las tribunas. Las fotos del cotejo se las quedo debiendo porque con la cámara del teléfono sólo se distingue un cuadrado verde. Para la próxima vez también les prometo dar con el gentilicio en español de los leo… lio… lyo.., bueno, de esta gente.

jueves, abril 26, 2007

Advertencia...

Vuelvo a publicar el día que CamiloT actualice su blog.

viernes, enero 05, 2007

El Beso Francés


Dice la mitología urbano-moderna que Francia es el país del amor. La imagen es de muchas parejas abrazadas o ‘cogiditas’ de la mano dándose desprevenidos besos en medio de la multitud, a la imagen de la famosa fotografía de Doisneau “Le baiser de l´Hotel de Ville” (para que vean cómo son las cosas, la traducción en español sería un anti-romántico ‘El beso de la alcaldía’, que podría ser malinterpretado como un nuevo aumento del impuesto catastral). Ahora, ese mito es tan falso como la foto misma: al parecer muchas de las ‘espontáneas’ fotos del romántico fotógrafo en el romántico París eran simples montajes. Acá en la única parte donde todo el mundo se tira a los brazos del otro y se deja conducir extasiado a las mieles de Eros en un primer encuentro es en las pantallas de las películas francesas (cada vez más malas y más insulsas; lo único que las salva es la teta que nunca falta).

Al parecer, el mito se alimenta en un primer momento de la costumbre de “la bise”. La bise es el doble beso en la mejilla que se da al saludar a una persona –generalmente de sexo femenino- así esta sea la primera vez que se le vea. La impresión que uno se lleva al aterrizar en territorio galo resulta dividida según el físico de la nueva conocida: Si es bella, uno está en el paraíso y por obviedad se hace énfasis en el ósculo. Nunca se descarta un accidental resbalón hacia la boca, lo que resulta en el bien conocido “beso andeneado” tan práctico en la adolescencia para buscar el esquivo “rumbeo”. Ahora bien, si la sujeta en frente es fea como perro de taller, nos encontramos en uno de los primeros círculos del infierno y la reacción es de desviar la cara para hacer contacto con la mejilla.

Pues nada de eso. La bise, es tal vez el único contacto físico que se da entre dos franceses que no se tienen mucha, pero mucha, pero mucha, PERO MUCHA confianza y se acerca más al beso que se le da a la gorda fea que al de la angelical criatura. La ecuación es sencilla: a menor confianza o mayor respeto –entre más rancia sea la alcurnia del interlocutor-, menor contacto físico.

Mi primer beso francés lo recibí… de un argentino. Con poco tiempo de desembarco y ajeno a la idea que ese sublime momento pudiera ser también cosa de “machos”, me vi abrazado por un tipo que medía 1,90 y que me plantó sin agüero los dos besos con un musical “Chau, ché”. Me quedé paralizado por unos instantes, sintiendo que ese brutal abuso sexual había roto mi inocencia. Me sentí como el niño que corre hacia la mamá limpiándose el cachete mientras grita: “¡¡¡ese argentino de mierda me violó!!!”. Una vez superado el shock, procedí al psicoanálisis con mis amigos. Ellos no le pusieron la menor importancia al incidente, es más, para ellos lo que resultaba “raro” era que yo me estuviera quejando de tan poca y a la vez tanta cosa: el beso entre hombres no era sólo no mal visto, sino que indicaba un aprecio particular entre los mismos y una costumbre bastante extendida entre la gente del sur. Inclusive y pese a que todavía me ‘sentía sucio’, uno de ellos decidió a partir de ese momento saludarme y despedirse de… ¡beso!

Bueno, hasta aquí todo iba bien. Mi alma de macho latinoamericano se revolcaba cada vez que daba y recibía besos de amigos. La cosa se puso de para arriba cuando pasé el primer año nuevo. Si mi inocencia había sido ultrajada, ese día se fue pa’l carajo. A media noche además de la explosión de alegría y del saludo ritual de “Bonne année, bonne santé” hay que repartir besos a diestra y siniestra, sin distingo de tendencia política, raza, religión o sexo. Mientras poco a poco se acababan las mujeres presentes en la sala a quienes desearles el feliz año con besito, mi angustia se acrecentaba porque venía el ineluctable momento de cerrar los ojos y poner el cachete. Comprendí entonces la importancia de haberse bien afeitado y tuve pánico, calculando claramente que el contacto fuera mejilla con mejilla y ni por el putas dejarme “andenear”.

Es una de las cosas a las cuales no he podido decriptar, aunque entiendo claramente la carga emocional que tiene ese famoso beso. En Colombia las manifestaciones entre hombres no pasan de un amigable estrujón con el respectivo palmadón, a partir de cuya intensidad se mide el afecto que se tiene por el amigo. Besos entre hombres, si acaso con el papá y los hermanos… y eso. La verdad es que con tanto código social a veces no sé a quién de los hombres de la familia de mi esposa debo saludar con beso, y creo que incluso llegué a pasar un poco por engreído al haber dejado a uno que otro con la mejilla puesta y por maleducado al saludar con beso a una señora que me acababan de presentar. Opté simplemente por pararme frente a la persona y darle el espacio para que me estire ella, no yo, la mano o la trompa.

Finalmente decidí aplicar la filosofía del chiste: “en caso de violación, lo mejor es relajarse y disfrutar”.